Desde fuera, todo parece más fácil. Es fácil el
pensar que la gente vive feliz, o triste. Es fácil pensar que las personas
tienen la vida solucionada, los caminos hechos. Es decir, si no se ve, no está
ahí, ¿verdad? Como si el dolor no existiera a no ser que haya sangre, como si
los temores y las situaciones que nos atormentan fueran expuestas sobre un cartel que todos llevamos
colgando, algo externo. Pues no. De hecho, a veces, son esas cosas que no se
ven, las que más dolor causan.
Así que hay que aprender a fingir, a sonreír, a
camuflarlo, ocultarlo o como lo quieras llamar, porque, a nadie le gusta hablar
de las cosas duras. Joder, a mí no me gusta hablar de las cosas duras.
Pero, ¿qué es lo que hay debajo? ¿Cómo se siente?
Tengo ataques de ansiedad
Se siente como si mi sangre se moviera tan rápido
que mis venas se vuelven borrosas. Es cuando el monótono latido de tu corazón
de repente se transformase en alguien aporreando una batería, como si un millón
abejas hubiera hecho de tu cabeza un panal, como cuando suenan tres canciones
al mismo tiempo. Es una máquina de ruido blanco que reproduce muchos sonidos a
la vez.
Es debilitador y frustrante. Una pesadez mental
constante, como si algo no estuviera bien aunque no sepas qué. Es ácido en tu
estómago, deshaciendo el vacío y llevándose tus ganas de comer. Un nudo en tu
garganta que no puedes evitar y te impide articular palabra.
Tener ansiedad es como si a tu mente la estuviera
consumiendo una acelerada ráfaga de fuego, haciéndote pensar demasiado y
analizar cada irrelevante, pequeño detalle. Es cuando una persona imaginaria se
sienta en tu pecho, presionándote los pulmones e impidiéndote respirar con
normalidad. Y mientras tanto, tus pensamientos corren libres en un trillón de
diferentes direcciones, chocándose entre sí en el camino.
Otras veces se siente como una voz en la parte
alejada de tu mente repitiéndote a cada momento que todo no está bien, cuando
en realidad sí lo está. Diciéndote que hay algo malo en ti, que eres diferente
a todos. Que tus sentimientos están mal y que son un error para el mundo, que
deberías aislarte y no producir más dolor con tus problemas.
Puede mantenerte despierto por la noche, como si
fuera un foco apuntado en tu dirección que te persigue siempre y se enciende en
los momentos más inconvenientes no dejándote descansar. Y recordándote que cierres
o abras los ojos, la sensación sigue ahí, constante.
Y mientras todas estas terribles sensaciones te
sacuden a las 5 de la mañana, haciendo que todo tu cuerpo se sienta helado y
tiemble, y que a pesar de esto tu cabeza se sienta ardiendo produciéndote
mareos, mientras todo esto ocurre no te das cuenta de que te estás mordiendo
las uñas, o el labio, apretando los dientes o frotando con dureza la uña del
dedo anular contra la del dedo gordo.
Ahí es cuando te aferras a ti misma para no romper
la barrera invisible entre la realidad que estás viviendo y el abrumador
tornado de sonidos, ruidos y sentimientos que fluye por tus venas.
Para mayor aclaración, es como si te pudieras de
alguna forma mover más rápido que los sesenta segundos que hay en un minuto,
una carrera contrarreloj que estás destinada a perder. Y en ese momento, que a
veces se vuelve horas, no puedes racionalizar y hallar la solución del problema
porque la mayoría de las veces, no hay problema. No hay razón ni situación de
vida o muerte, sólo hay sentimientos y se sienten todos al mismo tiempo.
La ansiedad es una mentirosa, pero es real.
Y cuando se acaba, te queda lo que yo llamo “el
residuo”, una duda que no es efímera, una duda constante. Una duda que
concierne al dolor, al estrés, los sentimientos.
¿Cómo lo hago parar?
Respira.